domingo, 27 de mayo de 2012



JUANA AZURDUY




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Seguramente una de las mujeres que mejor expresó las luchas revolucionarias por la independencia, que en más de un sentido rompió los moldes de su época.
Ya desde su origen salía fuera de lo común. Su padre Matías Azurduy, descediente de una familia hidalga, de Navarra, era propietario de una hacienda en Toroca, provincia de Chayanta, cercana a la ciudada de Chuiquisaca. Sin embargo estaba casado con Eulalia Bermudes, que era mestiza, lo que en la conservadora sociedad alto peruana era una rareza. Más lo fue que, pese a esa "mancha de linaje", Juana recibiese instrucción de primeras letras y catecismo en la parroquia de Santo Domingo.
La querida Juana había nacido en 1780, en plena revolución andina de Tupác Amaru y Micaela Bastidas y de Túpac Katari y Bartlina Sisa. Desde chica aprendió a hablar, junto al español, las lenguas de su tierra. y el aymara y el quechua. La vida empezó a pegarle temprano. A los 7 años quedó huérfana y unos tíos paternos pasaron a ser sus tutores.. Parece que la niña ya pintaba rebelde, y en 1797 su tía la internó en el convento de las Teresas de Chuiquisaca. La muchacha, descripta como "cobriza" en la jerga racista de entonces, muy rápido chocó con las monjas, que a los pocos meses la expulsaron. Pese a su minoridad, regresó a Toroca, a hacerse cargo de la hacienda heredada de su padre, y allí estableció relación la familia Padilla, otro caso fuera de lo común. Melchor Padilla, antiguo amigo de su padre, hbía pagado la osadía de de colaborar con la rebelión indígena con la cárcel y el destierro a Buenos Aires, donde habia muerto en 1874. La casa de los Padilla estaba a cargo de su viuda, Eufemia Gallardo, que propició el noviazgo de Juana con uno de sus hijos, Manuel Ascencio. Se casaron en 1805 y con los años vendrían cuatro hijos.
Juana y su marido eran revolucionarios desde la primera hora.En 1809, durante las revoluciones en Chuiquisaca y La Paz, apoyaron el movimiento, acudillando  a los "indios2 de Cayanta para impedir el aprovisionamiento de las fuerzas de la represión virreinal.Manuel vivió escapando mientras que Juana tuvo que encarar a las partidas que venían a cumplir la orden de captura dictada por el sanguinario jefe realista Vicente Nieto. La situación cambió al llegar las tropas de la primera expedición al Alto Perú. Padilla salió de su "clandestinidad" yse sumó a las fuerzas revolucionarias, como comandante de milicias de una amplia zona en torno a Chuiquisaca. Tras la derrota de Huaqui, los realistas lograron rodear su casa, en la que Juana resistió como pudo junto a sus hijos, hasta que Padilla, en una acción absolutamente temeraria que lo pintaba de cuerpo entero, logró liberar a su familia.
Manuel organizó en la zona de Cochabamba una tenaz guerra de guerrillas para demorar el avance de los realistas y permitir la retirada del Ejército del Norte. Poco tiempo después de esta ofensiva guerillera regresó al Alto Perú con las avanzdas de la seguna expedición, comandada por Belgrano, en 1813. Padilla pudo reencontrarse con Juana, que se sumó a la lucha.
Tras la derrota de Ayohuma, todo parecía perdido para los patriotas, pero Juana y su marido organizaron batallones guerrilleros que, bajo el mando superior del general álvarez de Arenales, llevaron adelante la resistencia en aquel Alto Peru dominado nuevamente por el enemigo. La pareja de gurrilleros defendió también a sangre y fuego el avance español la zona comprendida entre Cochabamba norte y las selvas de Santa Cruz de la Sierra. El término "guerrillero" que puede sonar setentista, es aquel que usaba el fundador de la Nación, Bartolomé Mitre, insospechable de tal cosa hasta por cuestiones cronológicas. En su muy interesante trabajo Las Guerillas en el Norte, don Bartolomé describe el sistema de combate y gobiernoconocido como las "republiquetas" que consistía en la formación, en las zonas liberadas, de centros autónomos a cargo de un jefe político-militar.
Hubo caudillos que comandaron igual número de republiquetas. La temeridad de stos jefes revolucionarios y la crueldad de la lucha fue tal que sólo sobrevivieron nueve de ellos. Quedaron en el camino jefes notables, de un coraje proverbial, extraordinarios patriotas como Ignacio Warnes, Vicente Camargo o el cura Idelfonso Muñecas.
Allí andaba la hermosa, en más de un sentido, Juana con chaquetilla roja con franjas doradas y sombrerito con plumas azules y blancas en honor a la bandera de su querido general Belgrano, luchando a diestar y siniestra para defender la aptria. Así salvó a su marido, que había caído prisionero en febrero de 1814, en una operación relámpago que dejó sin rehenes y sin palabras al enemigo.
Los métodos de Juana y su compañero generaban desconfianza en los "doctores de Buenos Aires", como los llamaba Guemes. Padilla le escribía sin vueltas al general Rondeau:
      (...) vaya seguro Vuestra Señoría de que el enemigo no tendrá un solo momento de quietud. Todas las provincias se moverán para hostilizarlo; y cuando a costa de hombres nos hagamos de armas, los destruiremos. El Peru será reducido primero a cenizas que a voluntad de los españoles.
Juana lo fue perdiendo todo, su casa, su tierra y cuatro de sus cinco hijos, Manuel, Juliana, Mariano y Mercedes, en medio de la lucha.  Parió a su quinta hija, Luisa, en 1815, en medio de feroces combates. No tenía nada más que su dignidad, su coraje y la firme voluntad revolucionaria. Por eso, cuando los Padilla estaban en la más absoluta miseria y un jefe español intentó sobornar a su marido, Juana le contestó enfurecida:"La propuesta de dinero y otros intereses sólo debería hacerse a los infames que pelean por mantener la esclavitud, mas no a los que defendían su dulce libertad, como él lo haría a sangre y fuego".
Lamentablemente Manuel Padilla cayó al libara a Juana de ser capturada por los realistas. Fue en Viluma el 14 de setiembre de 1816. Venían contentos porque les estaban haciendo la vida imposible a los invasores, pero sabiendo que les venían pisando los talones. Manuel vio que estaban por capturar a su compañera y se jugó la vida. Logró salvarla pero murió en combate junto a una compañera. Los enemigos exhibieron la cabeza de los dos guerrilleros en una pica, pensando que la mujer era Juana. Pero ella malherida y con un dolor en su corazón, logró partir jurando venganza. Se puso al frente de la guerrilla y ahora podía vérsela vestida de negro, luchando sin tregua. El reconocimiento llegará de la mano de Belgrano, que nombró a la "amazona Juana Azurduy" teniente coronel de Milicias de los Decididos del Perú.
Juana y su gente marcharon hacia el sur para unirse a las fuerzas de Guemes. Tras la muerte del caudillo, permaneció en Salta y desde allí escribió en 1825 esta conmovedora y tremendamente digna carta a las autoridades de la provincia:

           A las muy honorables Juntas Provinciales:
           Doña Juana Azurduy, coronada con el grado de Teniente Coronel por el  Supremo
           Ejecutivo Nacional, emigrada de las provincias Charcas, me presento y digo: Que para concitar la 
           compasión de V.H. y llamar vuestra atención sobre mi deplorable y lastimera suerte, juzgo inútil re-
           correr mi historia en el curso de la Revolución(...) Aunque animada de noble orgullo tampoco re-
           cordaré haber empuñado la espada en defensa de tan justa causa(...) La satisfacción de haber
           triunfado de los enemigos, más de una vez deshecho sus victorias y poderosas huestes, ha saciado
           mi ambición y compensado con usura mis fatigas; pero no puedo omitir el suplicar a V.H. se fije en
           que el origen de mis males y de la miseria en que fluctúo es mi ciega adhesión al sistema patrio.
           (...) Después del fatal contraste en que perdí a mi marido y quedé sin los elementos necesarios para 
           proseguir la guerra, renuncié a los indultos y als generosas invitaciones con que se empeñó en atraer-
           me al enemigo.
           Abandoné mi domicilio y me expuse a buscar mi sepulcro en un país desconocido, sólo por no ser 
           testigo de la humillación de mi patria, ya que mis esfuerzos no podía acudir a salvarla. En este estado 
           he pasado más de ocho años, y los más delos días sin más alimento que la esperanza de restitirme a
           mi país (...) Desnuda de todo arbitrio, sin relaciones ni influjo, en esta ciudad no hallo medio de pro-
           porcionarme los útiles y viáticos precisos para restituirme a mi casa(...) Si V.H. no se conduele de la
           viuda de un ciudadano que murió en servicio de la causa mejor, y de una pobre mujer, que a pesar 
           de su insuficiencia, trabajó con suceso a ella(...).
La provincia de Salta le entregó cuatro mulas y cincuenta pesos para que volviera a su tierra natal, que había
proclamado su independencia, a reencontrase con Luisa, la única hija que le dejó la guerra. Allí se entrevistó con los libertadores Sucre y Bolívar, fundadores de la nueva república. Bolívar-en uno de los pocos actos de gobierno como presidente boliviano- firmó el decreto que estableció en favor de Juana Azurduy una pensión que, como ocurrirá con tantos otros combatientes de la independencia, muy pocas veces cobrará. 
Juana, la máxima heroína de nuestra independencia, morirá a los ochenta y dos años un 25 de mayo, cuando el calendario recordaba ya lejanamente la fecha de las revoluciones de Chuiquisaca y de Buenos Aires, totalmente olvidada en la más injusta pobreza.