Arendt,
en la Condición Humana designa que la
vita activa está relacionada a tres actividades fundamentales: la labor, trabajo y acción. Cada una
corresponde a una de las condiciones básicas del hombre en la tierra.
La
labor: es un proceso biológico del cuerpo humano, cuyo crecimiento, metabolismo
y decadencia se relacionan a las necesidades vitales. Su condición humana es la
vida misma.
La
labor asegura la vida en especie y la supervivencia individual y grupal.
El
trabajo: es lo no natural de la exigencia del hombre ni cuya mortalidad queda
compensada por el ciclo de la vida. El trabajo proporciona un artificial mundo
de cosas y su condición humana es la mundanidad.
Y
la acción: se da sin mediación de cosas o materia. Su condición humana de la pluralidad, todos los
aspectos de la condición humana están relacionadas con la política esta
pluralidad es la condición humana, y está implicada en la génesis. Es una
postura que tiene que ver con una explicación distinta de la de Dios que creó
al hombre (Adam) y no a los hombres como en la teoría de la génesis.
La
pluralidad es la condición humana porque todos somos lo mismo, humanos por eso
nadie es igual a otro/a que haya vivido, viva o vivirá.
Estas
tres actividades están relacionadas con la condición más general de la
existencia, muerte, natalidad y mortalidad.
La
acción mantiene la relación mas estrecha con la condición humana de la
natalidad porque el recién llegado puede empezar algo nuevo. La acción es la
actividad política por excelencia.
La
natalidad y no la mortalidad puede ser la categoría central del pensamiento
político.
El
hombre es siempre ser condicionado porque todas las cosas que entran en
contacto con él se convierten en una condición de su existencia.
El
hombre crea sus propias y autoproducidas condiciones. La condición humana no es
lo mismo que la naturaleza humana. El cambio más radical de la existencia
humana sería que el hombre emigre a otro planeta. Nada es semejante a la
naturaleza humana.
La
vita activa esta comprendida por el mundo de los hombre y cosas hechas por
éstos. Los hombres y las cosas forman el medio ambiente. No existiría el mundo
sin la actividad humana.
El
hombre es político por naturaleza, esto quiere decir social. La palabra social
tiene origen romano, no tiene equivalente en el lenguaje. Uso latino: societas:
significa político, indicaba una alianza entre el pueblo para un propósito
concreto como organizarse para gobernar o cometer un delito. Con el posterior
concepto de sociedad de género humano comienza a adquirir el significado
general de condición humana fundamental.
Los
intentos por definir la naturaleza humana terminan casi invariablemente en la
creación de una deidad, es decir en el dios de los filósofos (idea platónica de
hombre, idea de lo eterno).-
Por
otra parte las condiciones de la existencia humana nunca pueden explicar lo que
somos o responder a la pregunta de quienes somos porque jamás nos condicionan
absolutamente.
Pero
en la actualidad casi cabe decir que hemos demostrado incluso científicamente
que si bien vivimos ahora y seguiremos viviendo bajo las condiciones terrenas,
no somos simples criaturas sujetas a la tierra.
La
expresión vita activa es tan antigua como nuestra tradición de pensamiento
político y dicha tradición surgió con el juicio
a que se vio sometido Sócrates y el conflicto entre el filósofo y la
polis, y prosiguió hasta su final en la obra de Karl Marx de una manera
altamente selectiva.
Se
acentuaba la acción, la praxis. Ni la labor ni el trabajo eran consideraos de
suficiente dignidad para construir una autónoma y auténtica forma de vida.
Con
la desaparición de la antigua ciudad-estado, la expresión vita activa perdió su
específico significado político y denotó toda clase de activo compromiso con
las cosas de este mundo; y labor y trabajo no se elevaron en jerarquía y
alcanzaron la dignidad que una vida dedicada a la política.
A
la acción se la consideró también entre
necesidades de la vida terrena, y la contemplación se dejó como el único modo
de vida verdaderamente libre.
Lo
que fue exigido por unos pocos se consideró en la era cristiana como derecho a
todos.
Hasta
el comienzo de la edad Moderna, la expresión vita activa jamás perdió su
connotación negativa de “inquietud”. Permaneció relacionada con la distinción
griega entre cosas que son por si mimos y las que deben su existencia al
hombre.
Hay
superioridad de la contemplación por sobre la actividad porque ningún trabajo
del hombre puede igualar en belleza y verdad al Cosmos físico.
Tradicionalmente,
por lo tanto, la expresión vita activa toma su significado de la vita
contemplativa.
Los
cristianos creían en el más allá, pero la determinación del orden coincidió con
el descubrimiento de la contemplación (theoría), como facultad humana,
claramente distinta del pensamiento y del razonamiento que se dio en la escuela
socrática y que desde entonces ha gobernado el pensamiento metafísico y
político a lo largo de nuestra tradición. La contemplación era una forma de
vida del filósofo.
El
argumento de la autora es que el enorme peso de la contemplación, y esta
condición no ha sufrido cambio esencial por la modera ruptura con la tradición.
La
modernidad comparte con la jerarquía tradicional el supuesto de que la misma
preocupación fundamental humana ha de prevalecer en todas las actividades de
los hombres, ya que sin un principio comprensivo no podría establecerse orden
alguno.
Dos
sendas porque el hombre y el de acción tomaron caminos distintos esto es cuando
surgió el pensamiento político en la escuela de Sócrates. Aquí surge también la
distinción entre mortalidad y eternidad.
Inmortalidad:
duración en el tiempo, vida sin muerte en esta Tierra. Esto surge de la
preocupación griega, de la naturaleza y unos dioses inmortales que rodeaban las
vidas individuales de los hombres mortales.
Mortalidad,
es de orden cíclico.
Los
hombres a pesar de su mortalidad individual, alcanzan su propia inmortalidad y
demuestran ser de naturaleza divina, porque quieren hacer cosas que dejen
huellas imborrables.
Según Hanna Arendt, la distinción entre
la esfera privada y pública de la vida corresponde al campo familiar y político, que han
existido como entidades diferenciadas y separadas al menos desde el surgimiento
de la antigua ciudad_ estado; la aparición de la esfera social que no es
pública ni privada, es un fenómeno relativamente nuevo cuyo origen coincidió
con la llegada de la Edad Moderna.
Para entender la decisiva división entre
las esferas públicas y privadas, entre la esfera de la POLIS y la familia, y
finalmente, entre actividades relacionadas con un mundo común y las relativas a
la conservación.
Históricamente, en muy probable que el
nacimiento de la ciudad- estado y la esfera pública ocurriera a expensas de la
esfera privada familiar.
Lo que impedía a la POLIS violar las
vidas privadas de sus ciudadanos y mantener como sagrados los límites que
rodeaban cada propiedad, no era el respeto hacia dicha propiedad tal como lo
entendemos nosotros, sino el hecho de que sin poseer una cosa el hombre no
podía participar en los asuntos del mundo, debido a que carencia de un sitio
que propiamente le pertenecía.
El rasgo distintivo de la esfera
doméstica era que en la misma los hombres vivían juntos llevados por sus
necesidades y exigencias. Esta fuerza que los unía era la propia vida que para
su mantenimiento individual y supervivencia de la especia, necesita la compañía
de los demás.
El hombre proporcionaba el alimento y la
mujer tenia a sus hijos, la comunidad natural de la familia nació de la
necesidad, y ésta rigió todas las actividades desempeñadas en su seno.
La esfera de la POLIS era la de la
libertad, y existía una relación entre estas dos esferas, ya que resultaba
lógico que el dominio de las necesidades vitales en la familia fuera la
condición para la libertad de la POLIS.
Debido a que todos los seres humanos
están sujetos a la necesidad, tienen derecho a ejercerla violencia sobre otros;
la violencia es el acto pre político de liberarse de la necesidad para la
libertad del mundo. Dicha libertad es la condición esencial de lo que los
griegos llamaban felicidad que era un estado objetivo que dependía sobre todo
de la riqueza y de la salud.
La fuerza prepolítica considerada
necesaria porque el hombre es un “animal social” antes que “animal político”,
nada tienen que ver con el caótico “estado de naturaleza” de cuya violencia,
según el pensamiento político del siglo XVII, sólo podía escapar el hombre
mediante el establecimiento de un gobierno.
La POLIS se diferenciaba de la familia
en que aquella sólo conocía “iguales”, mientras que la segunda era el centro de
la más estricta desigualdad. Ser libre significada no estar sometido a la
necesidad de la vida ni bajo el mando de alguien y no mandar sobre nadie, es
decir, ni gobernar ni ser gobernado.
Dentro de la esfera domestica, la
libertad no existía, ya que al cabeza de familia sólo se le consideraba libre
en cuanto que tenía la facultad de abandonar el hogar y entrar en la esfera
política, donde todos eran iguales; significaba vivir y tratar sólo entre
pares, lo que presuponía la existencia de “desigualdades”.
Por lo tanto, la igualdad, lejos de
estar relacionada con la justicia, era la propia esencia de la libertad: ser
libre era serlo de la desigualdad presente en la gobernación y moverse en una
esfera en la que no existían gobernantes ni gobernados.
En el Mundo Moderno, las esferas social
y política están mucho menos diferenciadas. Que la política no es más que una
función de la sociedad, que acción, discurso y pensamiento son fundamentalmente
superestructuras relativas al interés social.
Esta funcionalización hace imposible captar
cualquier deferencia entre las dos esferas; no se trata de una teoría o
ideología, puesto que con el ascenso de la sociedad, esto es, del “conjunto
domestico” o de las actividades económicas a la esfera pública, la
administración de la casa y todas las materias que pertenecían a la esfera
privada familiar se han convertido en interés “colectivo”. En el Mundo Moderno,
las dos esferas fluyen de manera constante una sobre la otra, como olas de la
nunca inactiva corriente del propio proceso de la vida.
Tal separación entre lo público y lo
privado aún existía de algún modo en la Edad Media, si bien había perdido gran
parte de su significado.
Quien entrara en la esfera política
había de estar preparado para arriesgar su vida, y el excesivo afecto hacia la
propia existencia impedía la libertad, era una clara señal de servidumbre. El
valor se convirtió en la virtud política por excelencia, y sólo esos hombres
que lo poseían eran admitidos en una asociación que era política en contenido y
propósito.
La “buena vida” Aristóteles califica a
la del ciudadano, no era simplemente mejor, más
Libre de cuidados o más que la
ordinaria, sino de una calidad diferente por completo.
En la raíz de la conciencia política
griega hallamos una inigualada claridad y articulación en el trazado de esta
distinción.
Ninguna actividad que sólo sirviera al
propósito de ganarse la vida, de mantener el proceso vital, tenía entrada en la
esfera política. El verdadero carácter de POLIS se manifiesta por entero en la
filosofía política de Platón y Aristóteles, aunque la línea fronteriza entre la
familia y la POLIS queda a veces
borrada, en Platón, comenzó a sacar su ejemplo e ilustraciones de la Polis mediante las experiencias
cotidianas de la vida privada, y también en Aristóteles da por sentado
inicialmente que la polis ha de estar relacionada con las necesidades de la
vida y que solo su contenido hace que esta trascienda a “buena vida”.
En Platón y Aristóteles permaneció tan
sólido que nunca se puso en duda la distinción entre la esfera domestica y la
vida política. En cuanto miembros de la polis la vida domestica existe en
beneficio de la gran vida de la polis.
En el auge social: dice que la
emergencia de la sociedad desde el oscuro interior del hogar a la luz de la
esfera pública, no solo borró la línea fronteriza entre lo privado y lo
político, sino que también cambio casi mas allá de lo reconocible el
significado de las dos palabras y su significación par al vida del ciudadano.
En el sentimiento antiguo el rasgo
privativo de lo privado significaba el estado de hallarse desprovisto de algo,
incluso de las más elevadas y humanas capacidades. Un hombre que solo viviera su
vida privada no se le permitía entrar en la esfera pública, no hubiera elegido
establecer tal esfera, no era plenamente humano.
El sentido moderno de lo privado esta al
menos tan agudamente opuesto a la esfera social. Como a la política lo privado moderno en su mas
apropiada función, la de proteger lo intimo, se descubrió como lo opuesto no a la esfera política, sino a lo social.
No es de gran importancia que una nación
esté formada por iguales o desiguales, ya que la sociedad siempre exige que sus
miembros actúen como si lo fueran de una enorme familia con una sola opinión e
interés. Antes de la moderna desintegración de la familia este interés y
opinión comunes estaban representados por la cabeza de la familia que gobernaba
de acuerdo con dicho interés e impedía la posible desunión entre sus miembros.
La conciencia de auge de la sociedad con la decadencia de la familia indica
claramente que lo que verdaderamente ocurrió fue la absorción de la unidad
familiar en los correspondientes grupos sociales.
El gobierno monárquico, de un solo
hombre, que los antiguos consideraban como el esquema organizativo de la
familia se transforma en la sociedad.
La sociedad espera de cada uno de sus
miembros una cierta clase de conducta mediante la imposición de innumerables y
variadas normas, todas las cuales tienden a normalizar a sus miembros, hacerlos
actuar, a excluir la acción espontánea o al logro sobresaliente.
La sociedad se iguala bajo todas las
circunstancias, y la victoria de la igualdad en el mundo moderno es solo el
reconocimiento legal y político del hecho de que esa sociedad ha conquistado la
esfera pública y que distinción y diferencia han pasado a ser asuntos privados
del individuo.
La conducta ha reemplazo a la acción
como la principal forma de relación humana, en la modernidad. (Conformismo)
En la esfera pública lo que predominaba era la individualidad.
El supuesto de que los hombres se
comportan y no actúan con respecto a los demás, yace en la raíz de la moderna
ciencia económica, cuyo nacimiento coincide con el auge de la sociedad y que,
junto con su principal instrumento técnico, la estadística se convirtió en la
ciencia social por excelencia.
Ésta pasa a ser un instrumento de
medición social. Se puede decir entonces que cuanto mayor sea la población de
un determinado cuerpo político, mayor posibilidad tendrá lo social sobre lo
político de construir la esfera pública.
El alcance del triunfo de la sociedad en
la Edad Moderna, su temprana sustitución de la ACCIÓN por la conducta y esta
por la burocracia, el gobierno personal por el de nadie, conviene recordad que
su inicial ciencia de la economía que solo sustituye a los modelos de conducta
en esta mas bien limitado campo de la actividad humana, fue finalmente seguida
por la muy amplia pretensión de las ciencias sociales, que como “ciencias del
comportamiento” apuntan a reducir al hombre en todas sus actividades al nivel
de un animal de conducta condicionada.
La conducta social se convierte en el
modelo de todas las fases de la vida.
Desde el auge de la sociedad, de la
admisión de la familia y de las actividades propias de la organización
domestica a la esfera publica, una de las notables característica ha sido una
irresistible tendencia a crecer, a devorar las mas antiguas esferas de lo
político y privado.
La sociedad constituye la organización
pública del propio proceso de la vida, en un tiempo relativamente corto. La
nueva esfera social transformó todas las comunidades modernas en sociedades de
trabajadores y empleados. La admisión del trabajo es la esfera pública.
La esfera social, donde el proceso de la
vida ha establecido su propio dominio público, ha desatado un crecimiento no
natural, por decirlo de alguna manera; y contra este constante crecimiento, no
contra la sociedad lo privado y lo íntimo, y lo político se han mostrado
incapaces de defenderse.
Lo calificado como crecimiento no
natural de lo natural suele considerarse como el incremento constante acelerado
de la productividad del trabajo. El mayor factor singular de este constante
incremento desde e su comienzo ha sido la organización laboral, visible en la
llamada división del trabajo, que presidió a la revolución Industrial.
Ni
la educación, ni la ingeniosidad ni el talento pueden reemplazar a los
elementos constitutivos de la esfera pública que la hacen lugar propicio para
la excelencia humana.
La esfera pública: lo común
Para
Arendt, lo público significa: dos fenómenos estrechamente relacionados. Pero no
idénticos por completo.
Todo
lo que aparece en público, lo puede ver y oír todo el mundo, para nosotros, la
apariencia es la realidad. Siempre que
hablamos de cosas que pueden experimentarse solo en privado o en la intimidad,
las mostramos en una esfera donde adquieren una especie de realidad que, fuera
cual fuese su intensidad, no podían haber tenido antes. La presencia de otros que ven y oyen nos
asegura de la realidad del mundo y de nosotros mismos. La esfera pública
siempre intensifica y enriquece grandemente toda la escala de emociones
subjetivas y sentimientos privados, esta intensificación se produce a expensas
de la seguridad en la realidad del mundo y de los hombres.
Nuestra
sensación de la realidad depende entero de la apariencia, y por lo tanto, de la
existencia de una esfera pública en que las cosas surjan de la propia
existencia. En efecto, la sensación más intensa que conocemos, intensa hasta el
punto de borrar las otras experiencias, es la experiencia del dolor físico
agudo, que es al mismo tiempo la más privada y la menos comunicable de todas.
Además
el término público significa el propio mundo, en cuanto es común a nosotros y diferenciado de nuestro lugar poseído
privativamente en él. Este mundo está relacionado con los objetos fabricados
por la mano del hombre, así como los asuntos que habitan juntos en el mundo
hecho por el hombre.
La
esfera publica, al igual que el mundo común, nos junta y no obstante impide que
caigamos uno sobre otro, por decirlo así. Lo que hace tan difícil de soportar a
la sociedad de masas no es el número de personas, o al menos no de manera
fundamental, sino el hecho de que entre ellas el mundo ha perdido su poder de
agruparlas, relacionarlas y separarlas.
Cuando
Arendt habla de la esfera privada se refiere a la propiedad. Esta palabra cobra
su orinal sentido privativo, su significado. Vivir una vida privada por
completo significa por encima de todo estar privado de cosas esenciales a una
verdadera vida humana: estar privado de la realidad que proviene de ser visto y
oído por los demás, estar privado de una objetiva relación con los otros que
proviene de estar relacionado y separado de ellos a través del intermediario de
un mundo común de cosas, estar privado de realizar algo más permanente que la
propia vida. La privación de lo privado radica en la ausencia de los demás,
hasta donde concierne a los otros, el hombre privado no aparece y, por lo
tanto, es como si no existiera. Cualquier cosa que realiza carece de
significado y consecuencia para los otros, y lo que le importa a él no le
interesa a los demás.
Esta
carencia de relación “objetiva” con los otros y de realidad garantizada
mediante ellos se ha convertido en el fenómeno de masas de la soledad
La sociedad de masas no sólo destruye la
esfera pública sino también la privada, quita al hombre no solo el lugar en el
mundo sino también su hogar privado,
donde en otro tiempo se sentía protegido por del mundo y donde, en todo caso,
incluso los excluidos del mundo podían encontrar un sustituto en el calor del
hogar y en la limitada vida familiar. El desarrollo de la vida hogareña en un
espacio interior y privado lo debemos al extraordinario sentido político de los
romanos, que, a diferencia de los griegos, nunca sacrificaron lo privado a lo
público, sino que por el contrario comprendieron que estas dos esferas sólo
podían existir mediante la coexistencia.
Resulta
lógico que el rasgo privativo de lo privado, la conciencia de carecer de algo
esencial en una vida transcurrida exclusivamente en la restringida esfera de la
casa, haya quedado debilitado casi hasta el punto de extinción por el auge del
cristianismo. La moralidad cristiana siempre ha insistido en que todos deben
ocuparse de sus propios asuntos y que la responsabilidad política constituía
una carga, tomada exclusivamente en beneficio y salvación de quienes se liberan
de la preocupación por los asuntos públicos. Parece estar en la naturaleza de
la relación entre la esfera pública y la privada que la etapa final de la
desaparición de la primera vaya acompañada por la amenaza de liquidación de la
segunda. No es casualidad que toda la discusión se haya convertido finalmente
en una argumentación sobre la deseabilidad o indeseabilidad de la propiedad
poseída privadamente.
La
profunda relación entre lo público y privado, manifiesta en su nivel más
elemental en la cuestión de la propiedad privada, posiblemente se comprende mal
hoy día debido a la moderna ecuación de propiedad
y riqueza por un lado y carencia de
propiedad y pobreza por el otro. Dicho malentendido, es sumamente molesto,
ya que ambas, tanto la propiedad como la riqueza, son históricamente de mayor
pertinencia a la esfera pública que cualquier otro asunto e interés privado y
han desempeñado, al menos formalmente, más o menos el mismo papel como
principal condición para la admisión en la esfera pública y en la completa
ciudadanía.
Por
lo tanto no es exacto decir que la propiedad privada, antes de la edad moderna,
era la condición evidente para encontrar la esfera pública, y si ser político
significaba alcanzar la más elevada posibilidad de la existencia humana,
carecer de un lugar privado propio (como era el caso de ser esclavo),
significaba dejar de ser humano
Sólo
conocemos un principio ideado para mantener unida a una comunidad que haya
perdido su interés en el mundo común y cuyos miembros ya no se sientan
relacionados y separados por ella. Encontrar un nexo entre las personas lo
bastante fuerte para reemplazar al mundo, fue la principal tarea política de la
primera filosofía cristiana, y fue San Agustín quién propuso basar en la caridad no sólo la “hermandad”
cristiana, sino todas las relaciones humanas. Pero esa caridad, aunque su
mundanidad corresponde de manera evidente a la general experiencia humana del
amor, al mismo tiempo se diferencia claramente de ella por ser algo que, al
igual que el mundo, está entre los hombres. “Incluso los ladrones tienen entre
sí, lo que se llama caridad”.
El
nexo entre caridad entre los hombres, si bien es incapaz de establecer una
esfera pública propia, resulta perfectamente adecuado al principal principio
cristiano de la no mundanidad y es
sobremanera apropiado para llevar a través del mundo a un grupo de personas
esencialmente sin mundo, trátese de santos o criminales, siempre que se entienda
que el propio mundo está condenado y que toda actividad se emprende con la
condición “mientras el mundo dure”.
El
carácter no público y no político de la comunidad cristiana quedó definido en
un cuerpo cuyos miembros estuvieran relacionados entre sí como hermanos de una
misma familia.
Por
la historia y por las reglas de las
órdenes monásticas, son las únicas comunidades que han intentado el principio
de caridad como proyecto político. El peligro de que las actividades
emprendidas ante la necesidad de la vida presente, llevaran por sí mismas, debido a que se realizaban en
presencia de otros, al establecimiento de una especie de contramundo, de esfera
pública dentro de las propias órdenes, era lo bastante grande como para
requerir normas y regulaciones adicionales, entre las que cabe destacar para
nuestro contexto la prohibición de la
excelencia y su consiguiente orgullo.
Solo
la existencia de una esfera pública y la consiguiente transformación del mundo
en una comunidad de cosas que agrupa y relaciona a los hombres entre sí,
depende entero de la permanencia.
Si
el mundo ha de incluir un espacio público, no se puede establecerlo para una
generación y planearlo solo para los seres vivos, sino que debe superar el
tiempo vital de los hombres mortales. El mundo común es algo en que nos
adentramos al nacer y dejamos al morir. Trasciende a nuestro tiempo vital tanto
hacia el pasado como hacia el futuro, estaba allí antes de que llegáramos y
sobrevivirá a nuestra breve estancia.
Pero tal mundo podrá sobrevivir al paso de las generaciones en la medida
en que aparezca en público.
El
famoso pasaje de Aristóteles-“al considerar los asuntos humanos, uno debe…
considerar al hombre como es y no considerar lo que es mortal en las cosas
mortales, sino pensar sobre ellas (únicamente) en la medida en que tienen la
posibilidad de inmortalizar. Porque la polis fue para los griegos como la res
pública para los romano, su garantía contra la futilidad y reservado para la
relativa permanencia, si no inmortalidad, de los mortales.
Lo
que se pensaba de la Edad Moderna de la esfera pública, tras el espectacular
ascenso de la sociedad a la preeminencia pública, dice Arendt, lo expresó Adam
Smith cuando con ingenua sinceridad se refirió a “esa no próspera raza de
hombres comúnmente llamada hombres de letras” para la que la admiración pública…
siempre es una recompensa…
Aquí
vemos también abordar otra cuestión ética como la admiración pública, Arendt
dice que ésta y la recompensa monetaria son de la misma naturaleza y pueden
convertirse en sustitutas una de otra. Para ella la admiración pública es algo
que cabe consumir y usar, y compara a la posición social con el alimento, porque
la posición social llena una necesidad como el alimento lo hace con otra: la
admiración pública es consumida por la vanidad individual como el alimento por
el hambriento.
Esta
claro agrega de que desde este punto de vista la realidad no se basa en la
pública presencia de otros, sino en la mayor o menor urgencia de necesidades de
cuya existencia o no existencia nadie puede atestiguar, a excepción de quién lo
padece. Si estas necesidades fueran compartidas por otros, su misma futilidad
les impediría establecer algo tan sólido y permanente como un mundo común. La
cuestión pasa no por una falta de admiración pública por la poesía y la
filosofía en el mundo moderno, sino que
tal admiración no constituye un espacio en el que las cosas se salven de la
destrucción del tiempo.
La
realidad de la esfera pública radica en la simultánea presencia de innumerables
perspectivas y aspectos en los que se presenta el mundo común y para el que no
cabe inventar medida o denominador común. Puesto que el mundo común es el lugar
de todos, quiénes están presentes ocupan diferentes posiciones en él, y el
puesto de uno no puede coincidir más con el del otro que la posición de dos
objetos.
Sólo
donde las cosas pueden verse por muchos en una variedad de aspectos y sin
cambiar su identidad, de manera que quienes se agrupan a su alrededor sepan que
ven lo mismo en total diversidad, solo
allí aparece una auténtica y verdadera realidad mundana.
Entonces,
bajo las condiciones de un mundo común, la realidad no está garantizada
principalmente por la naturaleza común de todos los hombres que la constituyen,
sino más bien por el hecho de que a pesar de las diferencias de posición y la
resultante variedad de perspectivas, todos están interesados en el mismo
objeto. Si la identidad del objeto deja de discernirse, ninguna naturaleza
común de los hombres, y menos aún en no natural conformismo de una sociedad de
masas, puede evitar la destrucción del mundo común, precedida por lo general de
la destrucción de muchos aspectos en que se presenta a la pluralidad humana.
Esto aclara Hanna Arendt que puede ocurrir bajo las condiciones de total
aislamiento, donde nadie está de acuerdo con nadie, como suele darse en las
tiranías. Pero también puede suceder bajo las condiciones de la sociedad de
masas, o grupo colectivo que las personas se comportan de repente como si
fueran miembros de una familia, cada uno multiplicando y prolongando la vida
del vecino.
En
ambos casos, los hombres se han convertido en completamente privados, es decir,
han sido desposeídos de ver y oír a los demás, de ser vistos y oídos por ellos.
El fin del mundo común llega cuando se ve sólo bajo un aspecto y se le permite
presentarse únicamente bajo una perspectiva.
También
hace referencia a lo social y lo
privado. Lo que llamaban antes el auge de lo social coincidió
históricamente con la transformación del interés privado por la propiedad
privada en un interés público. Cuando la sociedad entró por primera vez en la
esfera pública, adoptó un disfraz de una organización de propietarios, que en
lugar de exigir el acceso a la esfera pública debido a su riqueza, pidió
protección para acumular más riqueza. El gobierno pertenecía a los reyes y la propiedad a los súbditos, de
manera que el deber de los reyes era gobernar en interés de la propiedad de sus
súbditos.
Cuando
esta riqueza común, resultado de actividades anteriormente desterradas a lo
privado familiar, consiguió apoderarse de la esfera pública, las posesiones
privadas comenzaron a socavar la durabilidad del mundo. La riqueza puede
acumularse hasta tal extremo que ningún período de la vida individual es capaz
de consumirla, con lo que la familia más que el individuo se convierte en su
propietario. No obstante, la riqueza sigue siendo algo destinado a usarlo y
consumirlo, al margen de los períodos de la vida individual que pueda
sustentar. Cuando la riqueza se convirtió en capital, cuya principal función
era producir más capital, la propiedad privada igualó o se acercó a la
permanencia inherente al mundo comúnmente compartido. Esta permanencia es de
diferente naturaleza, se trata de una permanencia de un proceso, más que de la
permanencia de una estructura estable.
Sin
el proceso de acumulación, la riqueza carecía en seguida en el opuesto proceso
de desintegración mediante el uso y el consumo.
Por
lo tanto, la riqueza común nunca puede llegar a ser común en el sentido que
hablamos de un mundo común; quedó, o más bien se procuró que quedara
estrictamente privada. Sólo era común el gobierno nombrado para proteger entre
sí a los poseedores privados en su competitiva lucha por aumentar la riqueza.
Lo que si sabemos es que la contradicción entre privado y público, típico de
los inicios de la Edad Moderna, ha sido un fenómeno temporal que introdujo la
extinción de la misma diferencia entre la esfera pública y privada, y la
sumersión de ambas en la esfera de lo social. La consecuencia que tiene esto
para la existencia humana se deriva de la desaparición de la esfera pública y
la privada, puesto que la primera se ha convertido en función de la privada, y
la segunda porque ha pasado a ser el único interés común que queda.
El
descubrimiento moderno de la intimidad parece
una extensión desde el mundo exterior a la interna subjetivad del individuo,
que anteriormente estaba protegido por la esfera privada. La disolución de la
esfera social puede observarse, en la progresiva transformación de la propiedad
inmóvil hasta que finalmente la distinción entre propiedad y riqueza, pierde
todo significado, ya que la cosa se ha convertido en un objeto de “consumo”;
perdió su valor de uso que estaba determinado por su posición, y adquirió un
valor exclusivamente social. Que está determinado siempre por su cambiante
intercambiabilidad, que fluctúa relacionándola con el común denominador dinero.
También
en la modernidad se produce una revolucionaria conceptualización de lo que
llamamos propiedad: según la cual esta no era una fija y localizada parte del
mundo adquirida por su dueño de una u otra manera. Sino que por el contrario
tenía su origen en el propio hombre, en su posesión de cuerpo y su indisputable
propiedad de la fuerza del cuerpo, que Marx llamó: “fuerza de trabajo”.
Así,
la propiedad moderna perdió su carácter de mundano y se localizó en la propia
persona, es decir en lo que un individuo sólo puede perder con su vida. La
riqueza, tras convertirse en interés público, ha crecido en tales proporciones
que es casi ingobernable por la
propiedad privada.
La
comprensión del peligro para la existencia humana deriva de la eliminación dela
esfera privada, para que lo íntimo no es un sustituto digno de confianza, y
conviene considerar esos rasgos no privativos de lo privado que son más
antiguos que el descubrimiento de la intimidad. La diferencia entre lo que
tenemos y lo común y lo que poseemos privadamente radica en primer lugar en que
nuestras posesiones privadas, que usamos y consumimos a diario, se necesitan
mucho más apremiadamente que cualquier porción del mundo común; sin propiedad,
como lo señaló Locke: “lo común no sirve”.
La
segunda característica sobresaliente y no privativa de lo privado es que las
cuatro paredes de la propiedad de uno ofrecen el único lugar seguro y oculto
del mundo común público, no sólo de todo lo que ocurra en él sino también de su
publicidad, de ser visto y oído. Una vida transcurre en público, en presencia
de otros, se hace superficial.
Que
los rasgos no privativos de lo privado aparezcan con mayor claridad cuando los
hombres se ven amenazados con perderlo, indica que el tratamiento moderno de la
propiedad privada, es porque los hombres han sido conscientes de su existencia
e importancia.
El
rasgo característico de la moderna teoría política y económica, ha sido
acentuar las actividades privadas de los propietarios y su necesidad de
protección por parte del gobierno, en beneficio de la acumulación de riqueza a
expensas de la misma propiedad tangible. Lo importante para la esfera pública
no es, sin embargo, el espíritu más o menos emprendedor de los hombres de
negocios, sino las vallas alrededor de las casas y jardines de los ciudadanos.
Desde
el comienzo de la historia hasta nuestros días siempre haya sido la parte
corporal de la existencia humana lo que ha necesitado mantenerse oculto en
privado, cosas todas relacionadas con la necesidad del proceso de la vida, que
antes de la Edad Moderna, abarcaba todas la actividades que servían para la
subsistencia del individuo y para la supervivencia de la especie. Lo más
sintomático de estos fenómenos estriba en que los pocos residuos de lo
estrictamente privado se relacionan, incluso en nuestra propia civilización,
con las “necesidades”, en el sentido original de ser necesarias por el hecho de
tener un cuerpo.
Aunque
la distinción entre público y lo privado
coincide con la oposición de necesidad, libertad, futilidad y permanencia, y,
finalmente, de vergüenza y honor, en modo alguno es cierto que sólo lo
necesario, lo fútil y lo vergonzoso tengan su lugar adecuado en la esfera
privada.
El
significado más elemental de las dos esferas indica que hay cosas que requieren
ocultarse y otras que necesitan exhibirse públicamente para que puedan existir.
Si consideramos estas cosas, sin tener en cuenta el lugar en que las encontramos
en cualquier civilización determinada, veremos que cada una de las actividades
humanas señala su propio lugar en el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario